Opinión:
Por César R. Torres
Pasé las fiestas de fin de año en
Argentina. En una reunión familiar, Beni y Mai, de siete y nueve años
respectivamente, me invitaron a jugar a la pelota –actividad informal, según el
escritor Juan Sasturain, centrada en la posesión y el dominio de la pelota que
eventualmente se convierte en fútbol–. Acepté gustoso. Peloteamos un buen rato
con variadas formas de tiros al arco, metegol entra y pateo-mareo. En un
momento de la apacible tarde veraniega, Beni y Mai propusieron que les enseñara
a cabecear –es decir, a golpear deliberadamente y con firmeza la pelota con la
cabeza–. A pesar de su entusiasmo, vacilé.
Mi vacilación se basó
en la creciente evidencia científica que alerta sobre los riesgos asociados con
el cabecear y en una serie de decisiones implementadas al respecto en el fútbol
infantil por la U.S. Soccer, la federación de fútbol de Estados Unidos. El año
pasado, The New York Times y la National Public Radio de aquel país, entre
otros medios de comunicación, informaron sobre investigaciones recientes que
señalan que los cabezazos frecuentes ocasionarían síntomas de conmoción
cerebral, así como trastornos de algunas funciones cognitivas. Además, podrían
estar relacionados con enfermedades neurodegenerativas y daño cerebral a largo
plazo, sobre todo cuando la acción se repite cientos o miles de veces en
partidos y entrenamientos a lo largo de los años, especialmente los del periodo
formativo.
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fuente:
https://www.pagina12.com.ar/169962-cabecear-o-no-cabecear-esa-es-la-cuestion
https://www.pagina12.com.ar/169962-cabecear-o-no-cabecear-esa-es-la-cuestion
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