Distintos
estudios asocian estos factores psicosociales con mayor mortalidad por
insuficiencia cardiaca y mayor riesgo de hipertensión, infarto e ictus
La depresión y el estrés combinan
mal con las enfermedades cardiovasculares. Distintos estudios habían puesto
cifras al incremento del riesgo de mortalidad de los pacientes que padecen
estas dolencias. Dos nuevos trabajos, presentados hoy en el marco del congreso
de la Sociedad Europea de Cardiología (ESC), que se celebra en Barcelona hasta
el 3 de septiembre, aportan nuevos datos sobre la relación entre estos factores
psicosociales y las dolencias cardiovasculares. Investigadores alemanes
concluyen que los pacientes que sufren insuficiencia cardiaca y además están
depresivos tienen peor pronóstico y más probabilidad de morir a causa de la
enfermedad cardiaca. Otro trabajo con mujeres rusas constata que el estrés
multiplica el riesgo de hipertensión, infarto de miocardio e ictus.
“Hace años que se conoce que
los factores psicosociales influyen en las enfermedades cardiovasculares”,
explica a El País Nicolás Manito, jefe del servicio de Cardiología del hospital
de Bellvitge. El estudio alemán concluye que casi un 30% de los pacientes con
insuficiencia cardiaca tiene depresión. De estos, un 26,9% fallece a causa de
la enfermedad cardiovascular subyacente pasado un año y medio, lo que para los
investigadores confirma el mal pronóstico de la depresión en este tipo de
pacientes. Solo el 13,6% de los que no la sufrían falleció en el mismo lapso de
tiempo.
Manito apunta a varias
explicaciones: “Los pacientes con síndromes ansiosos-depresivos presentan mayor
riesgo para la insuficiencia cardiaca porque tienen más actividad hormonal, que
desencadena esta enfermedad”. Además, añade, los fármacos que se administran
para tratar esta enfermedad crónica, como los betabloqueantes, desencadenan la
aparición de síntomas depresivos. Aún hay una tercera consideración: “Cuando a
una persona joven se le diagnostica la insuficiencia cardíaca, y se ve obligada
a abandonar una vida laboral, de relación social y sexual, toda la vida
psicosocial de esa persona se altera. Y ello facilita el desarrollo de ansiedad
y depresión. Es un mecanismo que perpetúa la propia enfermedad, y lo que lleva
finalmente a un mal pronóstico”, añade.
Fuente:
.com
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