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domingo, 25 de agosto de 2019

HAY QUE HACER EJERCICIO. CAMINAR, SUBIR ESCALERAS.

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Vivimos una época en la que hacer deporte está de moda. Muchas personas viven con la necesidad de huir de la sensación de prisa y de una actitud estresante, consecuencia del ritmo imperante en esta sociedad. Ya sea por esto, y por el deseo de sentirse en forma o por los cánones sociales de belleza, cada vez hay más personas que practican actividades deportivas como hobby. Con respecto al ejercicio, como con todo lo demás, estamos influenciados por cantidad de información y tendencias. 

Tal vez son demasiados estímulos los que recibimos como para hacernos una idea clara sobre qué es lo saludable en deporte. En las décadas de los sesenta y setenta teníamos una actividad física diaria moderada o alta, relacionada con las actividades del mundo agrícola o la construcción, en el que había un cierto equilibrio entre la actividad y el descanso y entre las calorías ingeridas y las consumidas. El boom de la obesidad estaba por llegar.
Ahora somos una sociedad de servicios, con vida de oficina, vamos sobre ruedas a todas partes y tenemos menor gasto calórico, ya que hemos eliminado casi por completo subir escaleras y hacer los trayectos a pie, lo que mantiene el metabolismo basal. 
En nuestro horizonte predomina una tendencia a la obesidad, al sedentarismo, en el que se realizan, si acaso, actividades deportivas de forma ocasional o, en general, una o dos veces a la semana; patrón con ciertos beneficios, pero también con sus perjuicios para el sistema osteoarticular. La falta de tiempo y la acumulación de estrés crean una combinación donde lo habitual es buscar pocas sesiones de ejercicio, pero intensas y extenuantes.
Hemos seguido todas las modas provenientes de Estados Unidos y del resto de Europa, y, en menor medida, de Oriente, que nos ha ofrecido el yoga y el tai chi. Hemos pasado también de una alimentación mediterránea, hecha en casa, con productos de temporada, a comer en bares y restaurantes, a cenar menos sano, tirando más de comida precocinada, cargada de conservantes y colorantes. Parece que esta corriente se está frenando poco a poco debido a una nueva ola de querer comer “verde y sano”. En este escenario, con cifras históricas de obesidad infantil y adulta, con la cronicidad de multitud de enfermedades, con la saturación de los servicios sanitarios, con la pérdida de las buenas costumbres, parece que nos toca volver a nuestras raíces culinarias, a recuperar la alimentación más natural.



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